
Hace una semana que estuve con Fernando, el que es y será el gran amor de mi vida. Ahora puedo volverlo a ver y no sufrir un «bajón» anímico espectacular. Pero hasta hace poco, todavía me dolía la sangre y las sienes me estallaban cada vez que me separaba de él, cada vez que debía bajar de la nube ala que él me subía con su forma de hacerme el amor, con su forma de hablarme y de tratarme. Sé que nunca podré volver a amar a otro chico como he amado a Fernando. Y ahora estoy convencida de que, a pesar de haber fracasado en nuestra convivencia, nunca podremos deshacernos el uno del otro, pues nos siguen uniendo muchas cosas.
Ambos nos hemos dado cuenta de que ni él ni yo podemos resistir la convivencia; es algo que se nos hace insoportable, de un modo incomprensible y casi ilógico. Pero esta es nuestra realidad: no podemos convivir, pero nos queremos y nos necesitamos más allá de. lo explicable. Por estos motivos decidimos hace tiempo no vernos e intentar rehacer nuestras vidas; pero fue del todo imposible. Así que viendo que nos era difícil reanudar nuestras vidas, decidimos tener una relación de amigos, más abierta, dándonos, así, la posibilidad de poder conocer a alguien con quien poder intentar deshacernos de este embrujo que nos ata.
Pero yo ya sé que mientras Fernando y yo estemos tan unidos, nadie podrá entrometerse entre nosotros, pues ambos tenemos muy arraigada, en nuestra mente, la imagen del otro. Ambos tenemos muy claro, también, que lo único que falla es la convivencia, el día a día, pues nuestros sentimientos y nuestro amor siguen intactos y tan apasionados como siempre. Quizás debamos aceptar ser una pareja distinta; una pareja que se ama, pero que no está preparada para afrontar el día a día.
Sin embargo, nuestra relación sexual es cada vez más fantástica, cada vez más sublime. Yo me entrego completamente a él y él me llama su putita valenciana. Y cada vez que nos vemos siempre acabamos haciendo el amor; es inevitable acabar uno en brazos del otro. No hay nada que pueda detener nuestro deseo, nuestra unión sexual… Por eso, cada vez que le vuelvo a ver, sé lo que va a pasar: sé que vamos a acabar haciéndonos el amor de una forma desesperada, ansiosa, como si fuera la última vez que lo vamos a hacer. Siempre que es tamos íntimamente juntos tengo la sensación de que esa es la última vez que vamos a vernos; que es nuestra despedida definitiva. Y tal vez no ande desencaminada en mi sensación, pues quizá siempre tengamos ambos esa intención callada. Pero luego, el amor, los sentimientos se imponen y cuando no soy yo quien lo llama, es él quien lo hace. Y así de una forma interminable. Sé que nuestra pasión sexual nos une y nos ata más allá de ninguna explicación posible. Pero me gusta, esta es la realidad. Incluso, a veces, me sorprendo pensando que quizá, su cuerpo y el mío hayan venido a este mundo para amarse, para acoplarse, para dárselo todo.
Y este sentimiento se hace mayor cuando siento su miembro dentro de mi cuerpo, llenándolo todo y expandiendo ese calor que tanto me gusta y tanto me hace gozar. Sí, me gusta su sexo, su miembro viril, y cada vez que lo siento dentro mí, no puedo evitar sentir que le pertenezco a Fernando en cuerpo y alma. Me gustan sus besos tanto como el primer día en que su boca y la mía se unieron por primera vez. Cada vez que me besa el mundo desaparece y ya sólo existe la magia de su cuerpo y el mío. Y cada vez que siento el calor de su piel sobre mi cuerpo, el roce del vello que cubre su cuerpo, su piel… la mía se estremece, se eriza y ya no me importa nada más que sentir sus caricias sobre mi pecho… su lengua deslizándose por mi piel, lamiendo mis pezones erectos y todas las partes secretas y recónditas de mi ser.
Toda yo vibro de una manera singular cuando lo siento a él sobre mí. Cuando siento su movimiento exacto y preciso dentro de mi órgano más femenino y oculto.
No puedo explicar el placer tan intenso que me provoca sentirme poseída por él, sentir que sólo a él le pertenece mi cuerpo; que sólo él puede entrar en mi y despertar todas esas zonas que se adormecen cuando él sale de mí.
Me gusta acariciar su espalda; me enloquece acurrucarme y perder en su pecho, besar sus pequeños y eréctiles pezones y me gusta sentir sobre mis manos la inquebrantable fuerza que de su sexo erecto emana. Escuchar sus respiración agitada, a causa del placer de ese momento, me excita y provoca, en mi cuerpo, un placer indescriptible. Sus palabras, convertidas en susurros, cuando se mueve sobre mí, me elevan al paraíso. Todo en él, hasta su más mínimo roce cobra una importancia infinita en mi cuerpo. No hay ninguna caricia, ningún beso, ninguna palabra, ningún jadeo, ningún roce que se pierda entre él y yo… todo nos conduce hacia la cima del placer más palpitante. Y cuando, por fin, su cuerpo y el mío yacen, uno sobre otro, abrazados, disfrutando de esa maravillosa plenitud que sobreviene a la llegada del orgasmo, siento, todavía, el placer más perfecto, aquel que surge al escuchar el latido de su corazón al unísono con el mío.
El recuerdo del sonido de su latido y el mío unidos, fusionados, convertido en uno sólo, es lo que me hace aceptar este amor distinto. De momento, cada vez que lo veo a mi , vuelvo a amarlo, quizá, algún día todo cambie…