
Acababa de tener una buena con mis padres. Habíamos discutido por una tontería y yo estaba agobiadísima.
Mi mejor amiga no estaba en casa y no sabía qué hacer. Cogí un autobús y decidí llegar hasta el final de la línea. Quería olvidarlo todo, dejar de sufrir, conseguir que nada me volviera a hacer daño. Llegué a un barrio que no conocía y decidí dar una vuelta para después volver con el mismo autobús.
Empecé a caminar y me encontré en un parque precioso. No lo había visto nunca y eso que está en mi ciudad. Me senté en un banco profundamente deprimida. Estaba como ausente hasta que las patas de un perro me hicieron volver a la realidad. Se había puesto encima mío y quería lamerme la cara. Su amo intentaba sujetarlo y me pidió disculpas. Le dije que no me importaba, que me gustaban mucho los animales. El sonrió y me dijo que si estaba esperando a alguien. Le dije que no y entonces me propuso si quería pasear a su perro con él. Estaba triste, pero no tenía ganas de estar sola. Aquel chico era guapo y tenía una voz dulce y una mirada sincera. Así que me levanté y empecé a caminar con él.
AGRADABLE PASEO
Seguí hablando con él, le confesé que nunca había visto aquel parque y que me parecía precioso. Se interesó por mí, me preguntó qué hacía allí si aquel no era mi barrio. Y le expliqué mi historia. Me dijo que en cuanto me vio, supo que tenía algún problema. Era una sensación extraña, le estaba explicando mis problemas a un desconocido y me hacía sentir muy bien. Había una química especial entre los dos, era como si nos conociéramos anteriormente, como si supiéramos cómo éramos. Fue un paseo muy agradable, pero miré el reloj y vi que era tardísimo. Le dije que debía irme y me dijo que le gustaría que nos volviéramos a ver. Quedamos al día siguiente en el mismo lugar donde nos habíamos conocido. Llegué de buen humor a casa. Se me había pasado el mal rollo, me sentía intrigada por Eduardo, el chico que acababa de conocer.
La siguiente parte de mi historia tal vez os parezca un poco extraña, yo la creo a pies juntillas, pero sé que es difícil si no la habéis vivido. Mi madre tiene una amiga que tira las cartas y aquella mañana vino a visitar a mi madre. Ella había salido a comprar y la invité a un café mientras la esperaba. Le pedí a Esperanza que me tirara las cartas, por curiosidad. Me dijo que aparecería en mi vida una pareja kármica. Yo. no tenía ni idea y le pregunté qué era aquello. Ella me explicó que en vidas anteriores, hay parejas con las que dejas deudas pendientes y entonces, en la siguiente vida, te las vuelves a encontrar. Según Esperanza, suelen ser relaciones muy intensas, porque aunque te la acaben de presentar, conoces perfectamente a la otra persona y hay entre los dos un vínculo muy sólido. Yo no podía creérmelo, pero empecé a pensar en la sensación que había tenido cuando conocí a Eduardo y la verdad es que había sido justo ésa. Esperanza me dijo que con esa pareja iba a tener una relación muy especial, que a su lado descubriría muchas cosas. Me fui de casa pensando en todo aquello, no sabía si creérmelo o no, pero coincidía mucho con lo que sentía. Volví al parque y Eduardo ya me estaba esperando.
La magia volvió a surgir y antes de despedirnos no pudimos resistir la tentación de besarnos. Me dijo que yo le gustaba mucho, que se sentía como si hiciera tiempo que nos conociéramos y quedó en venirme a buscar a mi casa al día siguiente. Y así empezamos a salir. Yo sabía, sin apenas haberlo hablado, lo que a él le gustaba y lo que detestaba, y él conocía al dedillo mis gustos. Esperanza volvió a pasarse por casa y le expliqué lo que me pasaba. Me dijo que era muy normal y cuando mi madre no estaba, me dijo que si tenía relaciones sexuales con él, sería una experiencia increíble; que me entregaría a él como una puta. Me explicó que los amantes kármicos se conocen, están llenos de energía sexual, de una pasión que ha sobrevivido otras vidas. Me dejó intrigada. Yo aún era virgen y tenía todos los típicos miedos que tenemos la mayoría de chicas ante la primera vez. Llevábamos dos meses saliendo y las caricias ardientes nos hacían perder la cabeza.
Un día, Mari, una amiga mía, nos invitó a pasar con ella y con su novio un fin de semana en una casa que tenían fuera. Mari sabía que esa era la ocasión idónea para que Eduardo y yo lo hiciéramos, así que, con una excusa, desaparecieron de la casa.
Nos quedamos en la habitación, con la cama de matrimonio en frente y una pasión por consumir. Nos besamos, recorrimos nuestra piel y acabamos dando aquel paso que aún nos quedaba pendiente.
Cuando lo hacíamos, yo tenía la extraña sensación de que no era la primera vez, notaba como si todo me sonara, como si ya lo hubiéramos hecho mil veces juntos.
Entonces, entendí todo lo que me había explicado Esperanza. Había sido una sensación alucinante porque, él era mi amante kármico.