
Hace tan sólo unos meses, a mis veintitrés años, he vivido mi primera vez y ha sido maravilloso, más que nada porque yo creí que jamás podría saber qué se siente al salir con un chico y entregarte a éste. Muchas de vosotras pensaréis que quizás he sido una estrecha; pero no, no ha sido ese el motivo por el que yo haya vivido esta experiencia a una edad en la que muchas chicas ya tienen una vida sexual constituida.
Lo que sucede es que yo no me puedo considerar una chica normal, ni tampoco puedo considerar normales mis circunstancias personales: nací con una cardiopatía congénita, o sea, una enfermedad del corazón y este hecho ha marcado mi vida absolutamente. Y aunque para perder mi virginidad haya sido un poquito madurita, vistas todas las estadísticas, para llevar tres operaciones a corazón abierto todavía soy muy joven. Mi vida no es como la de casi todas las demás chicas, mis condiciones físicas me hacen vivir con ciertas limitaciones que son esenciales para que yo pueda continuar viviendo de una manera, más o menos buena.
Por ejemplo, el ejercicio físico me está casi vetado; tampoco puedo realizar ningún trabajo que pueda cansarme mucho, debo vigilar mi dieta escrupulosamente, tomarme la medicación a diario, someterme a mis controles periódicos y, por supuesto, no puedo estar en locales cerrados donde haya humo y aglomeraciones ni puedo trasnochar por norma. Como podréis imaginar, esta no es la mejor situación ni para hacer amigos, ni para conocer a chicos, por lo que mi grupo de amigas se reducía a mis tres hermanas y a mi prima Lorena, a la que quiero un montón porque siempre que he estado en el hospital, ella ha sabido inyectarme todo el ánimo y la energía + que yo necesitaba para salir adelante. He conocido a los amigos y amigas de mis hermanas, pero no he podido nunca seguir su ritmo porque mis salidas con ellos eran pocas. A veces, cuando las veía que salían a la disco o por la noche, no podía evitar llorar: mi madre, entonces, intentaba hacerme ver las cosas positivas de mi situación.
Pero hace un año y medio, cuando tan sólo hacia un año escaso que me habían puesto una nueva válvula, tuvieron que operarme otra vez porque aunque, en principio, parecía que todo había ido muy bien con ésta, al cabo de los meses comencé a sentirme muy cansada y a tener todos los síntomas de que por mi corazón las cosas no marchaban bien. Me tuvieron que hospitalizar y volverme a operar, intentando hacer unas cuantas variaciones para ver si la válvula se adaptaba mejor a mi corazón. Esa última vez mi ánimo estaba por los suelos, tenía miedo y no podía evitar pensamientos negativos. ¿Quién me iba a decir a mí que en aquella planta de cardiología iba a conocer el amor?
TOCADA EN EL CORAZÓN
Esa fue la gran sorpresa de mi vida: después de todo el sufrimiento, dolor y miedo de la operación, llegó la recompensa. Esa vez conocía Pedro, mi chico, con el que ahora tengo una relación y con el que me siento flotar porque nunca hubiera imaginado que pudiera vivir una historia de amor en mi propia piel. Pero, quizás, alguien, allí arriba escuchó mis deseos y decidió que ya me tocaba vivirla otra cara de la moneda.
Pedro es guapísimo y muy sensible a mi circunstancia porque aunque él no está enfermo como yo, sí lo está su madre, a la que ya le han puesto dos válvulas artificiales. Es hijo único porque nada más tenerlo a él, a su madre ya se le reveló esta dolencia cardiaca. Y el destino quiso que nos conociéramos en ese momento tan especial, en el que su madre, al igual que yo, también se estaba recuperando de su operación. Y día a día, durante todo aquel mes y medio que me pasé hospitalizada, nuestro contacto se fue haciendo más asiduo, más amigable y entrañable: a él no tenía que contarle nada de lo que me pasaba, pues Pedro ya sabía lo suficiente sobre el corazón y sus cosas; por eso, me llegó al alma en tan poco tiempo. La verdad es que cuando uno se conoce en semejantes situaciones, todo va más deprisa: así me lo dijo mi psicólogo porque siempre, detrás de cada operación, recibía apoyo de éste.
Por tanto, cuando salí del hospital, Pedro comenzó a llamarme y comenzamos a tener una relación. Junto a él he vivido todas mis primeras veces: mi primer amor, mi primer beso, mi primer deseo, mi primera excitación y, por supuesto, mi primera vez… Yo creí que no sabría hacer nada, pero a su lado me salía besarle, acariciarle y sobre todo expresarle todo mi cariño y felicidad. Por supuesto, el primero en enterarse de mi relación con Pedro, a parte de mi madre, ha sido mi cardiólogo porque creí que algo así, tan importante y esencial para mí, tenía que saberlo para que me dijera si una relación así iba a perjudicarme. Él no sólo me dio su visto bueno sino que me dijo que no había mejor medicamento que el amor.
Incluso, cuando Pedro y yo decidimos hacer el amor, también se lo consulté y él me dijo que no tenía porqué pasarme nada, que estuviera tranquila y que ya me tocaba vivir la parte bonita de la vida.
No es normal que alguien tome por ti una decisión tan personal, pero en mi caso, fue mi cardiólogo quien me dio el permiso para que viviera el momento más especial y hermoso de mi vida. Tan maravilloso fue hacer el amor con Pedro que, al final, cuando ya había dejado atrás mi virginidad y me había paseado por el paraíso del placer y de los dioses, lloré de felicidad abrazada a él. Pedro fue lo máximo, lo más fantástico que me ha sucedido.
Y esa primera vez, él fue todo sensibilidad: una sensibilidad inexplicable que me hizo sentir la mujer más dichosa del Universo, a pesar de no poseer el mejor corazón del mundo. Ese día me sentí normal yes que Pedro me hace sentir así. Soy feliz, a pesar de mis límites.